Sin duda “la nueva vida moderna” ha beneficiado en que ciertos asuntos que antes requerían de gran trabajo hoy puedan ser muchísimo más prácticas. Con esta idea me refiero a la opción de acceder a pañales desechables; comida preparada para bebés, niños y niñas; lavadoras, secadoras y todo un mundo de facilidades que hoy nos hacen preguntarnos ¿y cómo lo hacían antes las mujeres?

Pero hay un cambio importante que a veces no somos capaces de valorarlo, y es que hoy, con toda esta tecnología como aliada, estamos criando más solas que nunca. Muchas de nuestras antepasadas utilizaban estos momentos tales como el lavar pañales, la ropa, cocinar entre otras tareas domésticas como un espacio de conversación, sin quererlo podían acompañarse en sus luces y sombras.

En la actualidad vamos corriendo por la vida intentando hacer todo perfecto, ya que la sociedad nos impone esa necesidad de insertarnos al mundo sin considerar los grandes cambios que nos lleva el convertirnos en madres. Podemos tener uno, dos o más hijos e hijas, pero siempre con el nacimiento de un nuevo bebé también nace una nueva madre.

¿Por qué nos sentimos tan solas si tenemos más redes para estar cerca? El concepto de buena madre ha hecho estragos en la salud psicológica de las mujeres; y aunque tengamos opciones de compartir nuestros miedos, estos muchas veces no los queremos hablar por temor a sentirnos rechazadas o mal vistas. Precisamente por el prototipo de maternidad y crianza que se ha impuesto en la sociedad, y que se valida por el discurso homogéneo que entrega la publicidad y los medios de comunicación.

Afortunadamente cada vez más se van abriendo caminos para ir mostrando la realidad de la maternidad. Que no existen cuerpos curvilíneos después del parto; que en oportunidades no surge a la primera ese amor o conexión con el bebé; que hay días en que no queremos ver a nuestros hijos e hijas. Dar a conocer este mundo de emociones harán que las crianzas sean más empáticas, verdaderas y sanas.

Con esto presente resulta imprescindible crear espacios en donde las mujeres se sientan sostenidas por otras, en donde en un clima de respeto podamos decir aquello que nos incomoda y nos duele, para que, en este relato tan único e íntimo, reconozcamos nuestras historias en otras vivencias cercanas. Abrazarnos en este camino será la clave para construir la salud mental adecuada para que las mujeres que han decidido ser madres, puedan criar y educar seres humanos más conectados y empáticos.

Por eso es importante romper con el estereotipo de maternidad para construir maternidades, en donde todas las formas de crianza basadas en el respeto y amor sean válidas. Potenciar el concepto “ambivalencia” que expone Esther Vivas es clave, en donde manifiesta que “aceptar la ambivalencia como parte consustancial de la maternidad nos ayuda a tener una experiencia positiva, evitando todo sentimiento de culpa cuando la frustración nos desborda. No hay nadie a quien queramos tanto como a nuestros hijos e hijas, pero a menudo no podemos más con ellos” (Vivas, 2020).

Ser mujeres conscientes de cómo gestionamos nuestras emociones para que nuestras criaturas también aprendan a hacerlo. No podemos evitar las equivocaciones, porque en el fondo estaríamos retrasando el aprendizaje de nuestros hijos e hijas. Haciéndolo, les privamos de la experiencia de permitir la evolución de la conciencia, que se consigue gracias a vivir experiencias adversas y cometer errores. Esto correría tanto para la salud y educación emocional de la madre como de nuestros hijos e hijas.

Por: Alejandra Aranda

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *